

Discover more from Bestiario substack
Adoptando la exploración en un mundo impulsado por la eficiencia
REFLEX #1 - Exploración🌀
En 1852, el ascensor empezó a ser una forma segura de transportarse arriba y abajo. Elisha Graves Otis inventó un dispositivo de seguridad que evitaba la caída en caso de rotura del cable de sujeción. Su creación fue revolucionaria, pero no sólo por el hecho de idear y comercializar sus nuevos ascensores seguros, sino sobre todo porque permitió a las ciudades modernas crecer en altura, limitando así su expansión territorial y dando paso al desarrollo de urbes muy densas como Nueva York gracias a la construcción de rascacielos. Desde entonces, el ascensor es un método de transporte que nos permite desplazarnos de un punto a otro de forma rápida, efectiva y, sobre todo, directa. Ahora bien, durante el trayecto no tenemos conciencia de en qué parte del edificio nos encontramos y, por tanto, tampoco podemos interactuar con nuestro entorno. Tan sólo podemos intuir en qué planta estamos gracias a una pequeña señal que lo indica. La modernización de los ascensores y la aparición de aquellos panorámicos o acristalados nos permitió empezar a ver nuestro entorno durante el trayecto, pero sin poder interactuar con él.
El método opuesto de desplazarnos de un piso a otro en un edificio sería la escalera o la rampa circular, y podemos encontrar un buen ejemplo de ello en el edificio del museo Guggenheim de Nueva York. En este caso, el trayecto que nos lleva de un punto a otro nos da también una percepción del espacio a nuestro alrededor y, lo más importante, la posibilidad de interactuar con ese espacio. Podemos dirigirnos a una exposición de constructivismo ruso en la última planta y, por el camino, aunque no estuviera planeado, encontrar una exposición sobre renacimiento y otra sobre neoclasicismo. Es decir, el punto al que nos dirigíamos inicialmente se puede redefinir durante el camino y podemos perdernos a nuestro antojo por el edificio cambiando nuestra ruta sobre la marcha.
Si en vez de transportarnos hablamos de buscar, un ejemplo parecido al del ascensor frente a la rampa del museo sería localizar un libro en una librería: podemos preguntar directamente al librero y que nos lleve hasta el punto exacto de la estantería en la que se encuentra el libro que buscamos, o podemos dedicar un rato a entender cómo están clasificadas y codificadas las distintas estanterías y columnas y seguir el código –temático, alfabético, etc.– hasta llegar a nuestro libro. Tardaremos más rato pero es posible que descubramos algo interesante por el camino.
Pues bien, en el mundo digital también tenemos ascensores por un lado y rampas como la del Guggenheim por el otro. El ascensor sería el clásico buscador de internet con los resultados precisos de un algoritmo, que nos llevan rápidamente y de forma eficiente de un punto a otro sin dejarnos ver otras posibilidades por el camino. La rampa del Guggenheim sería, en este caso, la exploración en la esfera digital y su ingente cantidad de datos, la opción de perdernos a través de su espacio latente y poder encontrar cosas que no buscábamos en un principio. Este viaje a través de los datos es más detallado y esclarecedor, y perdernos entre la información nos permite ganar intuición jugando. El hecho de descubrir durante el camino puede ser algo más frustrante que obtener resultados directos, pero siempre será más valioso y abundante, porque, gracias a este proceso exploratorio, el navegante puede comprender la estructura de un conjunto de información compleja, identificar patrones, clusters, outliers o, simplemente, toparse por azar con un descubrimiento inesperado.
El ascensor, tanto en un edificio como en el mundo digital, es de gran ayuda cuando necesitamos recorrer el camino que separa dos puntos, pero en el complejo mundo en el que vivimos, donde todo cambia constantemente, tener acceso a herramientas que nos otorguen la habilidad de explorar, comprender y descubrir es determinante para encontrar nuevas ideas y oportunidades, y, en resumen, para ser más creativos.